Proyecto:
En el Mago de Oz, Frank Baum, hace poderosas referencias al vínculo anodino que, durante toda la historia de la humanidad, ha relacionado los estados alterados de conciencia, producto del consumo de ciertas plantas con efectos muy particulares, y las fantasías e imaginarios más impensados. Recorde mos ese mágico momento en el que se desploman, en un sueño colectivo de amapola y sus derivados (opio, morfina, y heroína), tanto el León como el resto de sus buscadores; ha existido una notable provocación perversa en muchos de estos cuentos inmortalizados como: mágicas historias infantiles.
Personalmente, la experiencia que me relaciona con las drogas inyectables se remonta al año 2009, en la ciudad de Barranquilla. Allí comencé fumando heroína, y, posteriormente, procedí por el camino esperado en su consumo por inyección. El 31 de diciembre, del año 2014, sufrí una sobredosis y debí ser remitida al hospital de Teletón de Chía, donde se me realizaron todos los procesos de resucitación. Actualmente, y a partir de aquel incidente, me he podido mantener “limpia” (que es el modo como se le conoce a un cuerpo que ha roto los vínculos químicos que establece con este tipo de sustancias).
La presente obra consta de 98 cucharas y una placa de cemento en la que estas se encuentran fundidas. Se yuxtapone el instrumental operativo de una actividad para la que no fueron pensadas en principio (las cucharas), con la experiencia cruda y dolorosa que evoca la esterilidad fría y áspera de una situación sin escape (la placa de cemento): la cuchar se funde al adicto como un apéndice con el olvido, esto es Dilu- ídos.
Cada cuchara representa la particular vivencia de individuos dispersos (una imagen difusa en trance de desaparición), los cuales, en condiciones muy singulares: unos delgados, desnutridos, deteriorados, opacos, insatisfechos; doblegados por lo que les ha sido hurtado en la experiencia del consumo (su autocontrol, su amor propio, su autoestima), tienen en común esta tensión irresuelta: aludida, rememorada, hecha monumento en la inmovilidad que revive la sensación de estar sumergido en una placa de cemento que vaticina su final escrito en una lápida.
La mejor ilustración de la manera en que esta experiencia afecta nuestra vivencia cotidiana es, tal vez, el estado universalizado de la adicción. Hoy se puede ser “adicto” a cualquier cosa, no sólo al alcohol o las drogas, si no también, a la comida, el sexo, el ejercicio, el trabajo, etc. Esta universalización de la adicción significa la radical incertidumbre de cualquier postura subjetiva en la actualidad: no hay pautas firmes y determinadas; todo tiene que ser (re)considerado una y otra vez.
En épocas anteriores el consumo de drogas era simplemente una más entre las prácticas sociales semiocultas. Hoy, no es posible pensar el significado de estas, sin tomar en consideración el tipo de sociedad en el que han encontrado tal lugar de acogida; el modo en que se proyecta reflexivamente en el sujeto adicto una contradicción irresoluble que propende por aliviar lo que es un daño constitutivo: originario de fundamento.
Fragmento del informe del artista